jueves, 14 de noviembre de 2013

Más recuerdos que vergüenzas

Si hay una cosa que hecho de menos en el instituto, es el uniforme.

Esa prenda de vestir que costaba más que un ojo de la cara pero que te solucionaba los pequeños inconvenientes de por la mañana, eso es el uniforme.
No hay dudas de "eso ya me lo puse ayer", "esto no pega", "Mierda ayer eché a lavar lo que hoy quería ponerme", y millones de cosas más, problemas que nuestra parte coqueta nos obliga a plantearnos, y que no podemos remediar. Porque sí, TODOS nos ponemos lo primero que pillamos, pero es mentira, porque antes de eso primero que pillamos ya hemos pillado otras prendas que por el estado de ánimo no nos quedaban bien. Con el uniforme se acaban las dudas existenciales de los días del periodo, de los días en los que estás enfermo y nada te sienta bien a la vista de ese momento, eso se elimina, por narices te tienes que poner esa falda, esos pantalones, ese polito, camiseta, o ese jersey, no hay discusión, no importa que te queden como un saco de patatas porque a todo el mundo le sientan igual, no se cuestiona el que si es feo, hortera, si pica o si no te apetece ponértelo, porque no hay otra opción.

Por una parte parece todo muy de cuentos de hadas, pero no siempre es así, a parte de que se pasan con los precios, los diseñadores de estos parece que les gusta la incomodidad, o quizás nunca se lo han probado, porque si una cosa les pasa a estas prendas es que no le sientan bien a nadie, y cuando digo nadie es NADIE. Yo en este aspecto voy a hablar de chicas, ya que a pesar de que nos queramos quitar la etiqueta es imposible ya que lo vamos marcando sin querer, y es verdad que nos preocupamos más de como vamos que los chicos, por lo tanto, y a pesar de que para todo hay excepciones así como tejer y crujir, hervir, servir y vivir, yo voy a generalizar y con eso me equivocaré pero en este momento es lo más oportuno.

Por lo tanto podemos clasificar a la gente en grupos, siempre está la típica que le da cienmil vueltas al pantalón y va marcando bien todos los pliegues de su figura, la que está creciendo y lleva la camiseta por las rodillas, la que está rellenita y deja claro que la ropa está hecha para delgadas, la que está delgada y muestra como la ropa está hecha para gordas (ya que todo le queda saco de patatas), la que está normal y demuestra que las dos anteriores estaban erróneas y la ropa no está hecha para nadie, la que es muy presumida y lleva complementos o prendas que no pertenecen al uniforme en sí, la que tiene una madre en el colegio y lleva el polito por dentro, la que despistada, lleva la camiseta del revés (también muy comúnmente dado en chicos), la que odia las medias y lleva calcetines hasta nevando, la friolera que llevaría el jersey hasta en agosto si hubiese clase, la hermana de familia numerosa, que lleva el polito descolorido, grisáceo, muy muy sobado tras haber sido heredado de hermana a hermana. Y así me podría tirar toda la entrada pero realmente quien ha llevado uniforme ya las sabe y quien no nunca lo comprenderá.

De ese modo, año tras año desde que entras en primaria y a veces desde incluso antes te acostumbras a día tras día levantarte, no pensar nada, tan solo recordar si ese día tienes educación física o no para ponerte en todo caso el chándal, y así te vuelves vago, te queda fatal, pero no te importa, ya que nadie va bien vestido con un uniforme. Y esa costumbre llega un día, que es parte de ti, ya no concibes las clases en ropa de calle, al igual que dormir con vestido de gala. Es algo totalmente extraño para ti, ya que no conoces otra cosa, y a pesar de que puede que tengas amigos que no lo tienen, para ti esa experiencia no está grabada en tu memoria. Pero eso no dura para siempre, llega un momento, secundaria, o como es mi caso Bachillerato, que tienes que cambiar de centro, tienes que despedirte de todas las reglas a las que estás acostumbrada, y con ello asumir que a partir de ese instante el uniforme solo será un recuerdo del pasado,  a partir de ese instante debes convertirte en diseñadora y decidir, ver qué te queda mejor y qué no quieres llevar, a partir de ese instante tu ropa será una pequeña marca que determinará tu personalidad, que en parte reflejará lo que eres cuando llegues a ese nuevo lugar. A partir de entonces, te juzgarán de primera manera por tu forma de vestir, de combinar, habrá gente que sepa qué llevabas tal día que era super-hortera, qué te faltaba ese otro que hacía parecer un mendigo, a partir de entonces empezarán a contar los días que llevas cierto pantalón, cierta sudadera, e inconscientemente tú te volverás parte de ese juicio de formas de vestir.

Esto no implica que esté en contra de ir vestidos como nos dé la gana, es más lo veo una manera de arte, de reflejar tu verdadero yo en ti, de empezar a definir correctamente tu personalidad, sin embargo sí que culpo la maldad de cierta gente, de todos en general, de en lo que eso nos convierte, de volvernos máquinas estilistas que opinan de lo que llevan los demás. Y creo que es eso mismo lo que nos hace preocuparnos tanto de lo que llevamos nosotros ya que el ladrón cree que todos son de su misma condición y se olvida que a cada persona le interesan o se fija e diferentes cosas.

De esa manera recuerdo mi llegada al instituto, la recuerdo rara, era extraño estar en otro lugar que no fuese aquel edificio de al lado donde había crecido, donde me había criado, era extraño no vestir como vestía siempre, compartir la clase con otra gente, y ese recuerdo de mis primeras semanas en Bachillerato fueron las que me hicieron en cierto modo decidir que un día iba a ir vestida como siempre. Ya se me había quitado la costumbre pero no pasaba nada por recordar lo que era antes y lo que se sentía yendo diferente, yendo al instituto con el uniforme del colegio de al lado.

En un principio puede parecer que es un disfraz que da poca vergüenza ya que es lo que has vestido desde siempre, he de decir que yo también lo pensé, pero el problema se haya en la ausencia de disfraces en mi casa. Cuando era pequeña, mis hermanas y yo pasábamos todo el año disfrazadas, recuerdo que íbamos al parque, a cumpleaños, a cualquier lado vestidas de princesas, de bailarinas, de novias, de Robin Hood, de sirvientas, de hadas, de cualquier disfraz que tuviésemos y que como niñas que éramos nos encantaban. Recuerdo llegar de clase, quitarme el uniforme y ponerme mi precioso traje de princesa rosa que tenía, un maravilloso vestido que me hacía sentir la marquesa de la casa, en esos momentos era la más importante del universo, y era feliz. También marcó mi infancia el curioso detalle de que carnavales no era un periodo de tiempo especial en el que nos disfrazábamos, ya que los disfraces existían para nosotras todo el año entero y por lo tanto no tenía nada de llamativo. De todos modos mi familia nunca ha sido demasiado carnavalera y quizás es por eso por lo que actualmente sigo sin celebrar exceso el carnaval y de ahí la explicación a mi ausencia de disfraces.

Por lo tanto, entre mi infancia y los cursos de teatro en los que he estado, y las obras en las que he actuado, disfrazarme no es algo que me marque vergonzosamente, es más cuando me suelo disfrazar, me meto en el papel de mi disfraz al completo, dejo de ser yo y aparece el personaje del que voy vestida. Sin embargo para ir a clase, eso no lo podía exprimir al máximo y como encima no tenía nada que ponerme, decidí agregar otro aspecto más al acto de ir disfrazada a clase.
De esa manera se me ocurrió ponerme de nuevo mi uniforme, y a pesar de ciertos comentarios que me dijeron que eso no era un disfraz propiamente dicho y que con eso no pasaba vergüenza, lo experimenté a mi manera. Para seguir un poco el juego, me puse dos trencitas con lazos a juego con la falda, lo cual para mi punto de vista me hacían parecer una colegiala tonta y era un tanto ridículo.

Así que tras robarle la falda, los zapatos, los calcetines, el polito y el jersey a mi hermana me vestí de colegiala y me dirigí al instituto. Como me suele ocurrir, lo que opinan las personas ajenas a mí, aquellas a las que veo por primera vez, como que me importa más bien poco, sin embargo, la sensación de ver mirándome extraño y sin saber por qué voy aún con uniforme al colegio cuando el día anterior vestía normal de la gente que conozco o al menos con la que me cruzo cada día era lo que más me cortaba. Así me pasó con mis vecinos, y con la gente que realmente iba con el uniforme ya que aun van al colegio que recorrían el mismo camino que yo. Fue demasiado extraño pasarme de largo las Carmelitas llevando su uniforme puesto, y más extraño entrar en el instituto con esas pintas. Y así me pasó lo que me pasó, que con dos trencitas y falda de tablas, Clavero, en plan cachondeo, no me dejaba entrar, ya que decía que ese instituto era para secundaria y bachillerato, no para primaria.

La manera de llevarlo en clase fue extraña, ya que yo misma no me podía tomar en serio cuando afirmaba algo en clase, o preguntaba, ya que era como si no fuese yo y tan solo me redujera al uniforme y al peinado que llevaba puesto. Si tuviese que decir que empezar las clases era más complicado por llevar disfraz que después de un rato, creo que no estaría siendo del todo sincera, ya que para mí, mi yo estaba reducido a nada debido a mis pintas, y cada vez que me tocaba el pelo me recordaba como iba, así que en casi ningún momento olvidé que me encontraba en el centro de un experimento. También ayudaban a esto los curiosos, que por los pasillos te miraban fijamente, comentaban y se quedaban parados un rato, aunque sin embargo, puede decirse que no es que me diese vergüenza ya que en el fondo creo que es una actividad a la que te acostumbras. Sí, es verdad que te interesas por los disfraces a cada cual más curioso pero el aspecto de que todos sepan porqué vas así, y que cada día haya dos o tres como tú creo que hace que pierda realmente la magia de la vergüenza.

Así que realmente creo que me hubiese disfrazado como me hubiese disfrazado no hubiese pasado más vergüenza que el dichoso día en el que paseando con MJ sacó un zapato de tacón de su caja y se puso a hablar por teléfono con él. Creo que no hubiese pasado más vergüenza que aquel día en el que Iván me rompió una chancla en medio de Cádiz e iba sonando a causa de ir suelta y se les ocurrió la maravillosa idea de ir componiendo una canción a medida que mi chancla rota marcaba el ritmo. Creo que no hubiese pasado más vergüenza que el día que expuse en clase con Desi nuestro vídeo de Lengua en el cual actuábamos un fragmento de Los tres sombreros de Copa de Miguel de Mihura, al igual que cuando expusimos nuestro programa de radio el otro día en psicología en el cual nuestros anuncios estaban distorsionados.

De este modo creo que concluyendo, lo que más vergüenza me da no es actuar ni disfrazarme, sino después de eso, verme disfrazada, verme actuando o ver a alguien haciendo completamente el ridículo, por lo que en cierto modo creo que podría decir que lo que más vergüenza me da es la vergüenza ajena. Por lo que creo que ir con alguien disfrazado al lado, me daría más vergüenza que ser yo la disfrazada, ya que al otro lo veo, pero yo, sin un espejo soy la misma y "voy igual".

Así que esta experiencia me ha dado la oportunidad de recordar mi pasado, tanto como cuando llevaba uniforme como mi experiencia disfrazándome, me ha recordado lo bien que me lo pasaba cuando era pequeña, y las cosas que nos perdemos en el momento en el que le decimos a nuestra madre por primera vez "Pero mamá si eso es super-feo para ponérmelo, déjame vestirme como quiero" porque creo que en ese momento, en ese instante donde ya nos importa como nos ven los demás es cuando comienza nuestro gran problema del NoSéQuéPonerme aun teniendo un armario lleno. Así que niños de ahora, disfrutar de vuestra inocencia, disfrutar de la inocencia de los demás, porque no dura mucho y en esa época, pasase lo que pasase, siempre te lo pasabas bien.


Nuestra vida no es más que una obra de teatro donde cada uno
actuamos según nuestro rol marcado por los otros.





4 comentarios:

  1. Cuando leí el titulo sobre el que has escrito la verdad que me ha llamado la atención por eso en especial abrí este articulo, empece a leer y la verdad que cuando lo vi dije es muy largo se me va hacer eterno, pero me he equivocado me ha gustado mucho y también comparto muchas ideas que se ven reflejada en este texto.
    La verdad es que nunca he estado en un instituto que llevara uniforme pero creo que todo el mundo se ha parado a pensar unos minutos y deducir que la el tener un uniforme es quitar el calentamiento de cabeza que te das cada vez que vas a vestirte, es verdad que como citas hay quizás sea que nos importe mas lo que la gente van a pensar de mi si visto de manera o de otra y por eso realmente nos comemos el coco en muchas ocasiones pienso yo, y la gran conclusión que he llegado que el tener uniforme seria eliminar esos problemas.
    También refleja en el texto cosas que no me gusta, no es que no me guste si no que comparto otras cosas, como por ejemplo que no le gusta el carnaval es verdad que me he disfrazado en muchas ocasiones pero en carnaval quizás sea cuando le he puesto mas empeño en mi disfraz.
    Pero en resumen de todo esto creo que me ha echo reflexionar sobre muchas cosas y también pensar en cosas que nunca me he parado a pensar.

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  2. ¡Hola Laura! Tu artículo me ha encantado, y no solo por todas las verdades que dices en él sino porque me siento más o menos muy identificado a ti ya que, yo al igual que tu he llevado uniforme durante toda mi vida y creo que empezamos a echar de menos esa vestimenta cuando cambiamos de instituto y tenemos que empezar a comernos la cabeza todas las noches o todas las mañanas, aunque también es verdad que las chicas os calentáis más la cabeza que los chicos.
    Cuando empecé a leer el artículo e iba viendo como recordabas tu infancia y tu antiguo uniforme no he podido evitar sonreír porque, a pesar de todo lo que he criticado de ese uniforme de las Carmelitas en el fondo me gustaba, y ahora lo echo bastante de menos.

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  3. Me he visto ciertamente obligada a comentar este comentario desde que supe el disfraz de Laura.
    Aunque nunca lo consideré un disfraz lo vi más como una vuelta a nuestras andadas al lugar donde nos moldearon y aunque haya mucha variedad dentro de las personas que hemos salido de las Carmelitas siempre nos unirá un lazo; el infinito odio a tu madre o a tu padre cuando te decía a las 08:15 que la chaqueta del chándal no estaba limpia y que te pusieses el jersey y claro la gente normal pensará ¡qué más dará, por un día!, pero ese día, justo ese día en el que tu chaqueta de chándal está sucia porque ha estado lloviendo durante la madrugada, justo ese día, Paqui (nuestra queridísima Jefa de Estudios la que me tenía un cariño especial y recuerdo con mucho amor) te ve subiendo por las escaleras e ingenuamente tu pensando que te vas a librar se escucha ,cuando vas a coger la curva para ir a la clase de 4° de ESO A que está justo enfrente del baño muy bien posicionada, ¡María,¿y la chaqueta del chándal?!,y tu en ese sacas la mejor de las sonrisas y piensas millones de excusas mientras te acercas a la sala de profesores hasta que te decides a soltar: La metí en el último momento a lavar y no se secó y claro Paqui una profesional en toda regla y madre ante todo, te decía no pasa nada pero ten mas cuidado la próxima vez. Y pensareis que amor de Jefa de Estudios pero no, porque a veces cuando mi amiga Elena venía con el jersey en vez de la chaqueta la pobre siempre se iba con una notita en la agenda pero yo creo que era porque se quedaba sin excusas cuando veía Paqui, porque ante todo imponía bastante.
    Tampoco podremos olvidar cuanto nos hemos quejado a nuestros profesores por ir a excursiones con el uniforme que era lo más triste y patético que nos podía pasar, véase el ejemplo de uno de nuestros 5.000 viajes a Cádiz, en el tren de Cercanías con el uniforme, que parecía que nos habían soltado de un correpcional pero bueno por lo menos íbamos en chándal que era un mal mucho menor.

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  4. Y ahora dos años mas tarde, con la etapa de las Carmelitas completamente acabada veo a mi hermana con el uniforme y pienso 'lo que daría por poder ponérmelo de nuevo' aunque en sí no sabría si por el sentimiento que me da el uniforme o porque a las 8:00 de la mañana nadie puede decidir que ponerse pero lo echo muchísimo de menos.
    Me encanta la parte en la que explicas las personas y su forma de llevar los uniformes porque la verdad que eso es diversidad y lo demás está de más.
    Aunque siempre se podrá dividir el uniforme en dos y será igual para todas las niñas que pasaron por las Carmelitas y pasarán, en invierno la falda con una o dos vueltas (porque quien diga que no se las daba MIENTE o convenció a su madre para que se la metiese pero la mía no cayó..)y los leotardos verde botella (importante) mas gordos que pudiesen existir, el polito y el jersey porque como todas sabíamos las camisas blancas murieron con la serie Rebelde.Y en verano ya era otro mundo, bueno realmente era exactamente igual solo que con calcetines JUSTO POR DEBAJO DE LA RODILLA porque si eran mas bajos ibas de cateta, pero lo malo del verano era que el jersey ya no lo podías llevar y claro había que meterse el polito por dentro de la falda porque en cualquier momento aparecían las monjas de Madrid y nos ponían finos, eso si que son inspectores, yo no he pasado más miedo que cuando venían y encima nunca vi a ninguna..
    Para concluir, lo de siempre, expresas con claridad lo que quieres y la gente lo capta, algunas veces le das demasiadas vueltas a las cosas pero la verdad que este artículo tiene un 9.9 periódico (que nunca será un 10, matemáticas de 4° de ESO) y tengo una razón de peso para esa nota sabes que como buena persona de Humanidades que soy no puedo con las faltas graves de ortografía y en la primera línea has escrito 'hecho de menos' cuando todos sabemos que es sin 'h',pero se que un despiste lo tiene cualquiera, me alegro mucho de que a veces se tenga la experiencia de recordar cosas así que marcan tanto y que es inevitable reírse.
    PD:¿Quién ha hecho un avión con el trabajo de Santo Tomas de Aquino y lo ha tirado por la ventana?

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